Entra y lee "El viaje del halcón"


PRIMER VUELO.-

Nació de nuevo el halcón un día.
Se sentó y pensó.
Y descubrió que su vida no le gustaba.
Levantó su belleza al cielo, aspiró profundamente, y al desplegar las alas para volar, sintió entrar en el pecho una sensación nueva. Algo que no supo expresar con ninguna palabra inventada. Decidió que quería saber cual era ese sentimiento. Y voló para encontrarlo. Alto, muy alto.

Rozó esta vez, las capas más grandes de los árboles. Aquellos que su altura sobrepasa las nubes y el viento de Zeus. Y divisó a lo lejos la vida. Y quiso entrar en ella. Divisó entre lo verde, a dos pequeños niños jugando con la madre Tierra, con las manos llenas de aire. Anochecía en el bosque, se escapaba la luz entre la corteza de los robustos árboles, corriendo alegre y risueña detrás del atardecer. Y se sentó a escuchar en la piedra más alta del universo. Porque incluso allí, se podían oír los lamentos de un niño pequeño…

“Tal vez la noche no sea tan oscura. Pero las tinieblas de hoy son más profundas cada vez que las vuelvo a mirar. No importa el alumbrado. Está demasiado lleno de mosquitos e insectos pegajosos que vuelan alrededor de la única luz mortecina y medio apagada que reina en la noche. La luz de una luna muerta.
Dicen que detrás de toda esa oscuridad, existe lo mismo que cuando reina la tan olvidada luz. Eso dicen. ¿Pero que nos hace creer que en la oscuridad, las cosas son iguales? Alguien podría estar jugando a cambiar las formas en el silencio de lo oscuro, mientras nosotros, tan ingenuos, seguimos creyendo que todo sigue igual.
Mientras las sombras juegan a engañarnos dando formas que no existen, sombras inventadas, dominadas por quien sabe que imbécil que quiere hacernos creer que al apagar la luz todo sigue igual.
Dicen también, que el que apaga la luz, es aquel que nos cuenta un cuento para ir a dormir. Cuando termina, cierra la puerta, nos deja a oscuras, y cínicamente dice en su interior… Reflexiona el cuento… aquel que dice… no cagues por distinto agujero que usa el resto del mundo, porque serás diferente…
Entonces, en la oscuridad, con las sombras que llegan de los que supuestamente siguen allí, me alcanza el confuso alumbrado de las calles. Y entonces la soledad que reina en mi interior es tan sumamente grande que pienso… Lo dice el cuento…. Jamás seré diferente a esta raza que me repugna. Por lo tanto no me importa seguir viviendo.
Sin embargo, aprende a defecar por cualquier indecible parte de tu cuerpo, tan igual al de todos los de tu especie y serás de otro mundo si, pero te encerrarán tanto en este, que ni siquiera tendrás la posibilidad de soñar sin un montón de cables que astillen tus ojos y tu mente.
Sin soñar apenas se puede respirar en esta atmósfera. No confieses nunca a nadie que quieres ser diferente, o tal vez que lo eres. Porque te estudiaran tanto, que convertirán en pedazos lo único que conservas entero en el mismo sitio después de apagar la luz. Todos tus pensamientos y todos tus sentimientos.”

Y el halcón alzó el vuelo con ojos brillantes y se marchó. Buscó lugar para dormir. Estaba triste. Triste y cansado.

SEGUNDA SENSACIÓN.-

Soñaba el halcón con blancas amapolas y rojos tulipanes, que danzaban en torno al fuego de la discordia. Balanceados por el viento del Dios oculto a los ojos mortales. Solos en medio de la nada.
Y se hablaban, y conversaban acerca de la soledad.
Y el dormido halcón movió sus alas para acomodarse en su vigilia, y reposó su delicada cabeza, en aquella almohada de sueños que estaba dispuesto a recibir…

“La soledad es algo aterrador a veces. Es la imperfección de la cual, la naturaleza nunca nos ha hablado. Ella, que es la mayor soledad que existe, ella entera que nos ha creado. Nunca nos ha mostrado una actuación para enfrentarla.
Tal vez pretenda así, que caigamos en su profunda existencia. Comportamientos que caigan como rayos, sobre la conciencia de mortales sin ganas de vivir. Sobre aquellos que no adoran la vida, como se adora la muerte.
La soledad te engaña. Nunca te dice que está ahí. Sigilosamente va entrando por tu nariz, despacio…, para que tus sordos y acostumbrados oídos no la escuchen llegar.
Y no te habla de nada, ni nunca nada llega a pedirte. Simplemente se instala en el silencio de tu alma. Y allí se aloja para quedarse a vivir. Y un día te despiertas y ves el cielo más azul que otras veces, y hay nubes que forman tu nombre.
Y paseas por las calles grises de humo, húmedas de frialdad. Y te ves a ti mismo rodeado de un aura de color del ensueño.
Y te ves aislado de la calle. Aislado de la vida. Y escuchas entonces un susurro en tu oído. Te habla la soledad…
Aquella que te despierta por las mañanas y luego te besa al ir a dormir. Aquella fiel compañera que entró en tu vida sin pedir permiso, y sin ese permiso pretende quedarse contigo.
Y no logras contestarle, pero la escuchas y por ella te guías.
Y le pides explicaciones de sus actos, aún sabiendo que ella nunca las dará. Y te aferras a su presencia como el recién nacido al pecho materno. De un manera tierna a veces y hostil otros días.
Te preguntas a ti mismo la razón de su compañía, la razón de tu delirio y tu impotencia por dominarla. Y no hallas respuesta alguna, en lugar poblado dentro de la creación.
¿Qué clase de estado eres? No puedo amarte o dejar de hacerlo, no puedo odiarte, pero te odio. La locura llama a tu puerta, pero no la dejas entrar todavía.
Tu silencio es inmenso cuando te encuentro. Te instalas en mi memoria recordándome que sólo estamos tú y yo. Y en mi cabeza, se forma un torbellino de vientos. Vientos, que son pensamientos enfadados con migo misma.
Y me rindo a tus pies al final. Caigo confusa y aturdida en tus manos. Y te dejo hacer… Entonces me acunas despacio y me cantas. Me hacer dormir llena de húmedas lágrimas de fracaso. Como al loco que atan después de tomar su medicación. Y dulcemente me dices al oído que duerma. Duérmete me dices, que yo cuidaré de ti. No necesitas nada más que mi compañía para vivir en este mundo de necios. Tan sólo seremos tú y yo ahora. Déjate llevar por mis encantos. Aquellos que realmente son los tuyos. Aquellos que quieres sentir y no conoces. Déjame hacer a mí. Vacía tus ojos de luz y brillo y mira hacia la nada, para entonces, poder ver mi rostro. Balancéate sonriendo y llegaré despacio. Poco a poco… “

Y así se encontraban el rojo tulipán y la blanca amapola, balanceándose en la música del viento y solos en medio de la nada.
Que ausente se despertó el halcón, con que angustia abrió los ojos al nuevo día. Con que tristeza mustia miraba al cielo, que con nubes escribía su nombre.
Que frío y que gris era el lugar donde había reposado. Parecían inertes las flores del lugar. Tampoco le gustó aquel paraje para vivir. La soledad le dolía.

TERCER SENTIMIENTO.-

Y el halcón batió alas de nuevo para poder cruzar el cielo. Y quizás mezclarse entre el aire, y convertirse en parte de esa amada libertad que no sabía que quería encontrar. Voló ansioso de introducirse en él mismo. De sumergirse en su interior. Ahora al menos, sabía que quería volar por algo. Aunque sólo fuera para sentirse libre por un momento. Aquel momento que terminaba cuando sus alas cansadas clamaban el reposo de una rama seca.

Y el tiempo del tiempo le recordó parar. Y se posó en la hierba fresca de un prado. Para escuchar el pensamiento de aquella hembra que le reflejaba tranquilidad. A través de una ventana la observaba. Y llovía en el cristal. Caía gota a gota el llanto leve del inmenso techo. El inmenso cielo que lloraba cansado, cansado de tanto llorar. Cansado aquel que nos cubre y nos mira cada día. Encarnado a lo lejos, con restos de azul de madrugada. Con restos de luz en el pensamiento.
Y escuchaba pensar a la hembra pálida a través de la ventana…

“Y tan vacía como me siento. Tan sola con mi pensamiento. Tan sin ganas de pensar. Si tuviera valor me cortaría las venas. Cobarde. Pobre existencia. Y en tu antes, pudiste marcarte el recuerdo con la raya de una insignificante cuchilla. Y te sangraste. ¿Y que? Viste las gotas caer y te tembló el alma. Se debatió entre dejarte morir o vivir muerta. Ausente, en el hilo del mundo, colgada de él por cobardía.
Quien pudiera manejar el tiempo a su antojo. Quien pudiera ver las rosas crecer una y mil veces más. Siempre con el mismo rojo y amarillo intenso. Quien pudiera dibujar el cielo cada día de un color diferente. Y sentir el aroma y la brisa del mar, encima del más alto pico de cinismo que exista.
Quien pudiera decir te amo, sin dolerle el corazón. Porque estoy triste esta mañana. Porque no me valgo nada a mí. No puedo reventar de rabia por dentro. Ni siquiera tengo fuerza para eso. Se retuercen en mi barriga, los vestigios que aún quedan, del placer de una noche. Me oprimen despiadadamente aquellos órganos que son débiles al dolor. Los ardores de mis entrañas, vivos por mis sentidos, están demasiado presentes. Y mis ojos, arrugados, tristes, vacíos, secos, sin mirada… siguen llorando, mustios por las hermosas lágrimas de un sencillo sentimiento que limpia un rostro de amargos suspiros que muerden el tiempo, amargos suspiros negros, bajo los débiles ojos de la angustia. Ojeras en el más pálido rostro creíble.”

Y se cansó el halcón de escuchar.
Y volvió a marcharse triste. Envuelto en aquella melancolía hermosa que se había apoderado de él durante todo su vuelo. Desde el principio de los tiempos. Desde que decidió medio confuso que su vida no era completa.
Voló por entre las nubes, de manera que ni ellas mismas lograban diferenciar si era aire o suspiro. Volaba con las alas tan desplegadas, que la luz del sol tenia miedo a rozarle, y se veía tan inmenso que cegaba los ojos de los ilusos cazadores.
Y tan sólo podía pensar en aquel sentimiento que se apoderó de él, al inicio de su vuelo. No creía que aquellas historias ajenas, fueran todo lo que existía en este mundo. Quizás, por el mero hecho de que él mismo le había dado una oportunidad. Había viajado para encontrar sensaciones nuevas, y quizás así poderlas llevar al límite de todo lo que existe. Pero solamente había encontrado tristeza.

CUARTO DELIRIO.-

No podía ser eso el mundo. No podía aquel lugar en el que alguien le había colocado, limitarse a tan sólo esos sentimientos. Era hermosa la vida. ¿Por qué no encontraba en su viaje, algún indicio que lo demostrara?
Y entonces se acercó a una cueva a descansar. Y observó la lejana mesa del mediodía, de dos que son uno. Por amor o por tiempo.
Y se veían alegres y despreocupados. Reían por quien sabe que conversación que mantenían. Tenían los ojos llenos de brillo. Y en sus labios se dibujaban continuamente palabras tan dulces que enamorarían al propio Eros.

“Déjame lentamente comprobar que eres cierto.
Háblame para que escuche el poema de tu voz.
Siempre he encontrado el color de tu presencia, entre las sombras y las grises tinieblas, siempre existe el calor y la luz de tus besos, entre el frío y oscuro del mundo.
He descubierto el paraíso en tus brazos, aquel del que hablan los ancianos en su delirio, aquel que nadie cree que exista. Tú me lo has mostrado en nuestra soledad, en el silencio de las palabras, en el suave de tus caricias.
Cien mil veces me has cegado con la luz de tu sonrisa, y has arropado mi frío, con sábanas de tu piel.
Como un simple atardecer, me atraes hasta el desequilibrio.
Me sirven tus ojos para olvidarme, tus negras pupilas para no encontrarme. Abrázame tan dulce como te sonríes porque adoro la mirada de tus ojos llenos de amor ciego. La suavidad de tus caricias la envidian las estrellas, que ni siquiera con su brillo y su altura podrían compararse a ti.
Eres el amor que completa mi existencia. La mitad que en tiempos lejanos separaron de mí. Tú eres el mar y las estrellas de mi vida. La brisa y el atardecer del cielo. Mis lágrimas y mis suspiros. Mi mirada y mi alegría. Tú eres todo mi mundo.
Si algún día me faltaras, pediría a los vientos del universo que me llevaran contigo, para poder así vivir la vida eterna a tu lado. Para nunca poder sentir un rayo de sol en la mañana, sin que pueda abrazarte de nuevo.
Si mi camino del tuyo se separara, mi cuerpo seguiría viviendo en la monotonía del mundo pero mi alma llena de tu amor, me abandonaría en ese mismo instante, quedando moribunda por el cielo, buscándote en su nostalgia. Para volver a mi, si algún día te encontrara.”

Como pudo sentirse el halcón, que ni siquiera mostró atención al atardecer del cielo.
Con que sonrisa en los labios marchó de aquel paraje. Cual fue la satisfacción de su pensamiento al escuchar aquellas divinas palabras. Sintió correr por su cuerpo mil y un escalofríos que no dejaban de retozar en su piel.
Las mañanas de antes quedaban atrás en el tiempo. Las del presente resonaban en sus oídos como el tambor que ensordece y no cesa. Las del futuro le esperaban con otro color.

QUINTO Y FINAL.-

Vuela bajo el halcón. Por entre los árboles. Y se para de vez en cuando para comprobar que el olor de las flores siga siendo cierto. Ahora confuso, se recuerda en el ayer. Alguien escuchó mis plegarías por una alegría. Y me han dado aquellas palabras que pueden hacerme seguir viviendo. Que felicidad puebla mi alma que no encuentro rastros de tristeza, ni de soledad, ni deseos por abandonar esta vida, ni siquiera pretensiones de intentar explicar que puedo y soy diferente al resto de la melancolía común.
Se sentó a escuchar por un momento, porque el viento frenaba su vuelo y quería hablarle. Porque lo sentía. Porque ese aire cálido invita a la reflexión del pensamiento.

“La vida es tristeza y alegría. Altibajos en la recta de lo normal. Es invierno y primavera. Son lágrimas de felicidad y dolor. Es un cúmulo de experiencias que pretenden ponernos a prueba, para un indefinido después.
Atrevidos aquellos que aman con desinterés, con cada uno de sus suspiros y cada uno de sus sentimientos. Atrevidos porque entregan su alma a cambio de un beso. Y se dejan llevar por un amado que es perfecto en su imperfección. Atrevidos porque se enfrentan al más bello de los tormentos, el querer sin poder, o el querer permitido. Atrevidos porque en lo sencillo de amar, se encuentra el complejo amor. Y no se dan cuenta…
Cobardes aquellos que mancillan su cuerpo por una depresión. Porque el hecho de enfrentarse al mundo es lo único que puede salvarles. Comprobar que se puede hacer aquello que es difícil, e intentar aquello que es imposible.
Privilegiados aquellos que son diferentes y pueden conservarlo en el anonimato. Afortunados porque pueden saber todo lo que desean del mundo. Porque se conocen y se comprenden. Y no necesitan más que eso para sonreír por encima del hombreo del mundo.
No estés triste halcón. Eres todo aquello que querías ser en un principio. No necesitas viajar para conocer sentimientos, que puedan sentir otros. En cambio si para conocerte a ti mismo. Y ya lo has hecho. Te has conocido en la vida. Te has tambaleado en el pico de la muerte, en la cima del amor, y en el abismo de la vida. Puedes estar contento porque eres único.”

Y el halcón sonrió al viento.
Se sentó y pensó.
Y en la noche observó el brillo de algo que se acercaba. Pero no se movió.
Y contempló el fuego atravesando el aire, cruzando por el filo de la barrera que separa la realidad de lo absurdo. Pero no se apartó.
Y una bala cruzó su corazón ardiente desgarrando su faz por el dolor.

Y se apresuró una nube para contestar a aquellos que siguen atentos después de este momento.
Ha muerto el halcón. Con una sonrisa en los labios y una mueca de ridícula decepción.
Ha muerto en una noche, en la que la luna llena hace gala de presencia. Y las estrellas no aparecen por ninguna parte. Tal vez alguien puede leer en alto para despertarlas… Tal vez alguien puede leer y entender según el juicio interior.
Pero tan sólo contemplado por el oscuro cielo, el halcón ha muerto.

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